Cuentos que Alegran el Alma

Vuelo a Madrid

Por Hernán Siches

QUERIDA PENÉLOPE:

Esta carta la estoy escribiendo en el avión. No se muy bien donde ya que siendo las 15:20 hora Argentina y 20:20 hora de España, según el mapa que muestra la derrota del vuelo, estaríamos sobre el Mato Grosso cruzando la línea imaginaria que une Brasilia con Belo Horizonte, a 10.683 metros de altura. No lo estoy inventando sino que lo veo en la pantalla.

I El viaje

a) Los preparativos

Los preparativos del vuelo se iniciaron ayer sábado cuando sentí la imperiosa necesidad de salir de Shopping porque “algo me debía de estar faltando”, logrando aprovisionarme de dos sweaters y un par de zapatos ante la atenta mirada de Lucía quien me preguntaba:

- ¿Por qué no te compras todo en Europa?

Posteriormente volví a casa y boludié hasta las 20:30 hs, en que fuimos a cenar a la casa de mi vieja. Recordar que necesito hacer la valija a último momento porque sino no duermo tranquilo. ¿?

Como siempre Marina (la menor de mis hijas) había confirmado su asistencia; después dijo que iría más tarde; posteriormente que pasaba por casa a saludarme y por último, que me saludaba a la vuelta. ¡Digna hija de su padre!

Fuimos con Lucía (la mayor, obvio, ya que si tengo dos y una es la menor, por el principio de opuestos, la otra es la mayor) y Nicolás (mi ex tripulante) devenido en subjefe de técnicos de Informática de Cancillería.

La cena transcurrió como toda cena con mi madre, donde te hace una pregunta cualquiera y no espera tu respuesta sino que opina ella de cualquier otro tema.

Promediando la cena cometí el error de pedirle que no torturara a Nicolás con su teoría de la anulación de la electricidad en la tierra como consecuencia del pulso electromagnético ocasionado por una explosión nuclear en la estratósfera.

Para qué. Fue peor. Le explicó a Nicolás durante 15 minutos su teoría hasta que decidí interrumpirla y arreglarle el control remoto del televisor. La estrategia dio resultado y cambió de tema.

Como postre había frutillas con helado de Mousse de Limón. No teniendo ganas de comer frutillas (hace como diez años que perdí el interés en ellas), sólo ingerí el helado, a lo cual me increpó porqué no comía las frutillas si tanto me gustan.

Le respondí que hace diez años que no como frutillas (hace diez años hago lo mismo en su casa) y me respondió como siempre:

- ¡No puede ser, si siempre te gustaron!

Llego el café y el momento de huir despavoridamente de su casa antes que se enfrascara en contarnos con lujo de detalles los 6 libros que había leído durante la semana.

Siendo las 12 de la noche me dediqué a la tarea de preparar la valija.

Matizaba este accionar recuperando viejas fotos y escritos, particularmente las fotos con el gorro ruso y enviando los correspondientes correos electrónicos.

La prioridad es la prioridad, te lo había prometido, y lo prometido es deuda. El resto puede esperar.

El primer intento resultó en dos valijas. Es increíble la capacidad que tengo de intentar llevar cosas al pedo.

Luego de sacar de la cama 14 camisas, 8 pantalones, 3 trajes, la caña de pescar, el traje de agua (por si me invitan a navegar. ¡Uno nunca sabe!), los gorros y sombreros para frío y calor, 4 pares de zapatos, las patas de rana (por si me caigo al agua cuando me invitan a navegar),…, y al gato que se había acomodado encima de la pila de elementos, el resultado empezó a ser razonable entrando todo en una valija mediana, la cual, al momento del pesaje en Ezeiza, arrojó la cifra conservadora de sólo 14 kilos.

Probablemente me tenga que volver a comprar todo en Madrid y Montreal.

En mi horario habitual de las 2 de la mañana, llamé a la agencia de remises para que pasaran a buscarme 4 horas antes de la partida del avión, de modo tal que si el remise se rompía en la puerta de casa, llegaba cómodamente al check in, caminando desde casa.

Posteriormente le tocó el turno a la netbook. Había que actualizarla con todos los programas que seguro NO voy a necesitar.

Terminada la tarea y siendo las 3:30 de la madrugada, realicé la última sincronización de los datos del teléfono con la netbook.

Como resultado de ello se adelantó la hora del teléfono, el cual uso como despertador, sin que me diera cuenta y, a las 6 de la mañana me despertó, habiendo logrado dormir sólo 2 horas y media.

Baño, desayuno y a esperar el Remise, dejarle plata a las chicas y rumbo a Ezeiza.

El chofer del remise fue todo el trayecto hasta Ezeiza a 40 Km./h y llegué tres horas antes de la partida del avión. ¡Eso es previsión!

Pude hacer todo lo que tenía que hacer y también, lo que no tenía que hacer. Despaché la valija y me quedé con sweater y sobretodo. Seguro que hace frío en el avión.

Entre los artículos descartados a último momento figuraba el paraguas, ya que confiaba en comprarlo junto con el perfume y el candado que costaba 14 dólares cuando en Madrid me había costado 14 euros.

Al llegar al freeshop, rápidamente me dirigí hacia la zona de los perfumes, lo cual resulta sencillo porque abarca casi todo el espacio.

Conseguí el perfume que andaba buscando, el cual no usaba desde la década del ochenta. Contento me dirigía a seguir de compras cuando decidí ratificar la fragancia con la muestra que siempre hay en el estante y con espanto comprobé que la habían cambiado totalmente y no me gustaba.

Devolví el perfume y me dirigí a comprar el candado y el paraguas. El candado había aumentado a 22 dólares y paraguas no vendían más. Todo un éxito.

Ya próximo a embarcar recibí tu mensaje y llamé interrumpiéndose la conversación cuando debatíamos si tenías o no un GPS. Entendí que tenés un Nuvi 250 que se jorobó a la semana y reaparece una línea en la pantalla. Que te lo trajo tu mamá del Paraguay y que lo llevarías a Costanera Uno para que lo arreglen. No llegué a entender que ocurría con la comunicación.

Mi asiento era el 14 A y probé embarcar antes de tiempo (no me tocaba) mostrando mi pasaporte oficial y poniendo mi mejor cara de boludo. Y pasé.

Si bien pareció una victoria contundente, luego de unos minutos se me borró la sonrisa de la cara cuando me asaltó la duda:

¿Fue por el pasaporte oficial, o por mi cara de boludo?. Complicada respuesta. Me siento sacándome los zapatos.

 

B) El Vuelo

La relación con mi compañero de asiento es perfecta. Nos complementamos a las mil maravillas; yo hablo español y él alemán y luego de siete horas de vuelo ninguno de los dos ha hecho el menor esfuerzo por intentar intercambiar aunque sea un monosílabo en español, alemán o inglés. Sencillamente nos ignoramos excepto la lucha permanente para ver quién le roba al otro el posa brazos. Como yo estoy escribiendo, él me viene ganado por goleada.

Este intenso relacionamiento con mi compañero de travesía me ha permitido dedicarme a estudiar el “Clarín” y escribir esta saga. Confío en que realmente no entienda el español, ya que de vez en cuando, le pega una relojeada al monitor de mi netbook.

Estoy empezando a apreciar al Fritz. Cuando vienen a ofrecer algo, espera a ver que pido yo y el hace lo mismo.

Nos acaban de dar el almuerzo (¿cena?) que, como siempre, consta de una bandeja conteniendo una serie de supuestos comestibles.

Todo se inicia con la pregunta ¿poio o passsta?

A partir de ese instante suceden inexorablemente dos situaciones:

1) La que elijo siempre es la peor de las opciones.

2) Los comestibles y bebidas mantienen el equilibrio y su posición sólo hasta el momento en que la bandeja pasa de las manos de la azafata a las mías.

Desde el instante que decido, por ejemplo, abrir la manteca para ponerle a una galletita, automáticamente la mitad de las cosas deja de caber en la bandeja y, como algunos pasajeros, decide salir a estirar las piernas por diversos lugares de mi anatomía.

Dependiendo del comestible, su destino final.

Las galletitas y otros elementos no manchantes o todavía empaquetados, curiosamente huyen de mí alejándose rápidamente de mi alcance y yendo a parar, por ejemplo, debajo del asiento que se encuentra cuatro filas por detrás del mío, y del lado opuesto del avión.

Esto podría abonar una teoría sobre el accionar de la fuerza centrífuga sobre los sólidos, no manchantes, del Menú de abordo.

Por ejemplo, cuando intenté abrir el paquete de galletitas que contenía tres criollitas rotas, debí accionar con las dos manos simultáneamente a efectos de conseguir rasgar el envoltorio. Como resultado casi le vuelo 8 dientes al hijo de Hitler.

Parece ser que los envoltorios los están diseñando para que pasen las pruebas en el túnel de viento del Airbus, no para que los pueda abrir un mortal.

Diferente es el caso de las salsas, mantecas, dulces, y líquidos en general. Aumentan notablemente su capacidad de daño y curiosamente coinciden sobre mi prominencia abdominal, anque bragueta, dejando inexorablemente una larga mancha del color opuesto a la vestimenta que haya elegido para el viaje, sea esta del color que fuere.

Este comportamiento abona la teoría del accionar de la fuerza centrípeta sobre los alimentos manchantes. En efecto mi masa física atrae inexorablemente a dichos alimentos hacia mi persona.

Y toda esta hipótesis cierra perfectamente.

Inicialmente el sistema “bandeja de alimentos” se encuentra en reposo. Luego, ante el accionar de la fuerza centrífuga sobre los sólidos no manchantes, se produce una fuerza centrípeta de igual intensidad y dirección, pero sentido opuesto al de la fuerza centrífuga anterior, hacia el centro de mi anatomía, cumpliendo, de esta manera, con el principio de conservación de la energía.

 

No obstante convivir con este problema de las manchas desde hace años, esta vez creo haber superado la prueba con gallardía y estoicismo, no quedando en mi vestimenta huellas visibles del daño ocurrido.

Ya son las 20:05 horas de Argentina y llevo siete sentado en esta sardinera. El avión esta sobrevolando el lugar donde desapareció hace un año el vuelo de Air France siguiendo la misma ruta, también un día domingo.

¡Qué bueno que es estar informado como lo estoy yo!

Hace un calor de cagarse. El sobretodo y el sweater yacen en el suelo.

Por el movimiento del avión me parece que el piloto dejó el asfalto para adentrarse en una ruta de ripio.

¡Qué cómodo para tomar el jugo que me están alcanzando en este momento!.

Hans (mi compañero de asiento) copia mis movimientos. Ya estoy empezando a pensar que somos almas gemelas. ¿Mi viejo, anduvo por Alemania?

Los esfuerzos denodados que hice durante el almuerzo para evitar llevarme puesto el menú, se ven seriamente comprometidos.

La próxima vez viajaré con remera naranja para pasar desapercibido.

Según el monitor de trayectoria, son las 21:55 (hora argentina), y estamos cerca de Las Palmas en el Atlántico.

La netbook está comenzando a dar signos de baja batería y lo mismo sucede con mi cerebro, por lo que intentaré dormir un rato, ya que faltan tres horas para la llegada. Lo único complicado es la falta de amortiguadores del avión para transitar por este ripio. Sigo en un rato…

(…)

No puedo dormir. Cada vez que estoy por lograrlo, algún mariconazo destapa una lata de gaseosa cerca de mi oído. O me prenden una luz que mas que de lectura parece un interrogatorio de la Gestapo.

Pasa el tiempo y llega el desayuno. Nos entregan una caja de cartón conteniendo la vianda. Franz la abre y me mira. Yo no consigo abrir la tapa. Deben haber estado ensayando con mi caja un nuevo adhesivo para mantener cerradas las mandíbulas de un cocodrilo asesino con 30 días de ayuno.

¿Por qué siempre experimentan conmigo?

Le saco el cuchillo a Hans y abro la caja de 56 puñaladas. Misión cumplida, puedo desayunar.

Primera taza de café. El azafato debe ser recordman olímpico de 400 metros con vallas.

Pasa preguntando ¿mas café? Y al responderle ya está cuatro filas de asientos, más atrás.

Consigo frenarlo y me sirve el segundo y último café. El piloto no ve un pozo, el avión se sacude, y me tiño la camisa de color café. Perdí el invicto. Puteo. Una de las camisas nuevas.

El piloto anuncia en español e inglés que estamos próximos a aterrizar en el aeropuerto de Barajas. En español no lo entiendo. Y en inglés me agarra un ataque de risa. Cavallo hablando en ingles, parecía Shakespeare al lado de éste. ¿Y yo tengo complejo por mi pronunciación?.

Aterrizamos.

A ponerse los zapatos. Luego de 12 horas sentado mis pies parecen los de los Hobbits del Señor de los Anillos.

Intento ponerme el zapato izquierdo y sólo me entra el dedo pulgar. Parece que intentara ponerme un escarpín.

Pruebo con el pie derecho. Peor. Entro en pánico. Sólo me entra el pie hasta la mitad del empeine. Uso los mocasines nuevos como si fueran ojotas y paso caminando por migraciones como si fuera el pato Donald. No me daba para ir descalzo. Una hora después se deshinchan los pies lo suficiente como para que me entren los zapatos.

Recibo un mensaje de bienvenida a Madrid firmado por Penélope. Espectacular!!!.

Mejor bienvenida no podría haber tenido.

 

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Propietario: Hernán Siches,     Número de Registro DNDA: En Trámite,       Fecha de Publicación: 16/05/2013.
Domicilio Legal: Dr. Juan Jose PASO 56, 6 A, Martínez, Provincia de Buenos Aires, República Argentina.